Diana Feo de Tamayo es una venezolana que lleva los sueños en la mirada y la pasión latiendo fuerte en el pecho.

Tiene ese don de celebrar la vida como si fuera una fiesta eterna, sin dejar de luchar con el alma por lo que cree.

En ella, la alegría y la esperanza caminan juntas, y eso la ha llevado lejos. Muy lejos.

Como empresaria, ha imaginado y dado vida a eventos internacionales que dejan huella.

En cada detalle se nota su mano, su entrega, su sello.

Pero más allá del brillo de las grandes cosas, está su compromiso silencioso pero firme con quienes más lo necesitan.

Ha creado propuestas que nacen del corazón, pensadas para llevar oportunidades a comunidades rurales que, a veces, sienten que el mundo las olvidó. Ella no las olvida.

Hay algo en Diana que respira creatividad. Y una ternura especial por la naturaleza.

Eso se nota en su forma de transformar muros grises en jardines que trepan hacia el cielo.

Con sus jardines verticales, no solo decoran: dan vida.

Y cada espacio se vuelve más bello, más habitable, más humano.

Diana es de esas mujeres que inspiran sin buscarlo.

Que viven tan intensamente que contagian.

Por eso decidió escribir. Porque hay cosas que no se pueden guardar.

Su libro, EntreHojas, es más que un recorrido por su amor por los jardines; es un pedazo de su alma hecho palabras.

Y dentro de esas páginas hay un lugar que brilla con luz propia: Palmasola.

Palmasola no es solo su casa.

Es un jardín que se habita y se siente.

Desde que cruzas la entrada, sientes que entras en otro mundo.

Uno donde las flores hablan con sus colores, donde las hojas verdes te arropan con calma.

Cada rincón parece pensado para acariciar el alma.

Y al final, como en los cuentos, un jardín que parece sacado de un sueño.

Ese jardín es mucho más que plantas.

Es una manera de decir que la belleza, cuando se cultiva con amor, se queda.

Que la vida, cuando se vive con intensidad, florece.

Hoy, a través de su recorrido y de EntreHojas, Diana Feo de Tamayo nos invita a ver el mundo con otros ojos.

A recordar que crear, compartir y amar profundamente sí deja huella.

¡Y qué hermosa huella deja ella!